Me levanté,desayune,me arreglé y revisé mi maleta mas de cien veces.  No quería dejarme nada.
Estaba verdaderamente muy nerviosa no podía dejar de pensar cómo seria aquel nuevo estilo de vida, la gente...
Creo que ese efecto era normal, me iba a un sitio totalmente diferente, mi destino Santa Ynez ubicado en el condado de Santa Barbára.
Lo tenía todo preparado,mi casa y la clínica ya estaba construida y bien arreglada para mi llegada.
Cogí el equipaje,pasaporte y me fui hacia el aeropuerto de Barajas para coger el vuelo.
No podía imaginar que fuera a pasar medio día sentada en un avión, lo veía un poco agobiante.
-Buenos Días, a el aeropuerto por favor.-le dije al taxista que me esperaba.
Al rato de estar en el taxi despidiéndome en la mirada de lo poco que me quedaba en esa tierra el taxista rompió el silencio intentando sacar conversación. 
- Que se va de viaje?
- Sí, bueno más bien a vivir.
- Dónde? Bueno perdone por ser tan cotilla- dijo mientras ponía un poco de música.
- No importa, voy a América.
El taxista sonrío y ahí terminó nuestra conversación. Al cabo de un rato llegué a el aeropuerto.
- Gracias, adiós -Me despedí.
El aeropuerto era inmenso, entré por las enormes puestas de cristal en las que no paraba de entrar y salir gente y me dirigí a facturar mi equipaje. Una vez facturado me fui a la entrada para ir a la cola para coger el vuelo, en ese momento me sudaban las manos, estaba asustada y muy nerviosa.
La azafata con una sonrisa de gran apego, abrió la cinta de seguridad y todos los pasajeros pasámos al interior del avión.
Busqué mi asiento, el número 13, tuve suerte mi asiento era el de la parte de la ventana, un alivio porque no sabía que haría en esas doce largas horas de trayecto.
A mí lado se sentó un hombre mayor con aspecto antipático, sacó un libro de una bolsa de mano y desconecto totalmente. Yo me puse a ver por la ventanilla, era todo tan pequeño. Pero mi vista cambió luego solo veía agua, agua y más agua. Empezó a oscurecer así que me dormí.
Al despertar me volví a asomar a la ventanilla para ver si ya veía algo de tierra firme, para nada sólo agua.
Saqué mi reproductor de música y me puse a oírlo.
- Dentro de treinta minutos llegaremos al aeropuerto de California. - dijo la azafata con una gran sonrisa.
Para mí fue un alivio enorme, saber que iba a poder estirar las piernas y andar más que en un pasillo lleno de gente desconectada de el panorama.
Me preparé todas mis cosas para no dejar nada en el avión y observe al hombre que tenía a mi lado. Guardó su libro, me sonrió i dijo :
- Ya hemos llegado.
Asentí con la cabeza y me puse a observar la costa que se veía por la ventanilla.
No me lo podía creer, llegué a América con doce horas de avión y sin que me diese nada.
Bajé las escaleras y me dirigí a recoger el equipaje.  Una vez lo tuve me fui a la salida para buscar algún transporte que me acercara hasta mí casa en Santa Ynez.